La vida es aquello que te sucede mientras haces otros planes.
Me gusta esa frase pues es lo que siento. Siento como que la hubiera dicho yo. Pero no la dije yo, la dijo John Lennon.
Mamá y papá siempre escuchan música de Los Beatles. A mí también me gusta, pero yo no les digo a ellos que me gusta. De vez en cuando bajo algún tema para mi mp4. Mamá y papá ni se enteran, porque me encanta decirles que su música es una porquería. Me gusta decirles NO a lo que hacen y dicen. A veces les llevo la contraria porque están equivocados, y a veces les llevo la contraria porque me da la gana. ¿Total? Ellos realizan lo mismo conmigo todo el tiempo. Hacen y deshacen, deciden y vuelven a decidir. Y a mí jamás me consultan NADA.
Y por culpa de sus decisiones es que ahora estoy viviendo desde hace dos meses aquí: en una ciudad que ni conozco, en un barrio que no me agrada y yendo a un insti donde todos me miran raro. Bueno, decir que no conozco esta ciudad es mentira, porque papá y mamá siempre hablaban de ella como si esto fuera el mismo paraíso terrenal. Además vine un par de veces cuando era pequeña, porque aquí viven mis tíos, mis primos, mis abuelos. Yo que sé cuánta gente vive aquí.
Pero de paraíso, paraíso, lo que se dice paraíso, esto no tiene ni la sombra. Es todo gris, todo, pero todo gris. Y eso que mamá dice que es tan lindo. A ella le gusta ir a una casa y luego ir a otra y pasar todo el tiempo entre gente que ella conoce, pero yo no. Mamá cree que yo les tengo que tener cariño a sus amigos y a su familia. Y todo el tiempo me dice: “Dale, Juli, ven, vamos a lo de Pocha”. Pocha, Cristina, Mirta, el tío, la gordi, los primos, la Nona, Tata Juan, y Juan de los Palotes… Ya ni sé cuánta gente, porque yo no les conozco; es que era muy pequeña la última vez que vine y no les recuerdo. A mí no me gusta eso de ir a una casa y a otra. Todos tienen que hacer algún comentario tonto: “Ay, qué linda que es, importada de España pero más uruguaya que ‘Agarrate Catalina’…” o “A ver qué dulce hablas en gallego…” y tengo que aclararles que jamás he pisado Galicia, pero no tengo ganas. No entienden nada. Además, a esta altura se ríen aquí porque dicen que hablo raro, pero si volviera a Barcelona también me dirían que hablo extraño. Ya ni sé cómo hablo porque soy una mezcla que ni yo reconozco. Procuro hablar (y escribir) como hablan mis primos y mis compañeros del colegio de aquí, al que voy ahora. Todo por eso, para no sentirme diferente. ¡Cómo cansa que te pregunten el día entero “¿De dónde eres?” “¿Cómo son los chicos allá?” A mí me dan ganas de contestarles que tienen dos piernas, dos brazos, y que tienen sexo de varón, o sea pene y testículos, para que se dejen de fastidiar, pero luego me quedo callada y no digo nada.
A veces me pregunto cómo se sentirá un mono en la jaula de un zoológico… porque yo no estoy prisionera, pero me siento un bicho raro. Y eso que hago todo lo posible para hablar como la gente de aquí. Claro, ese es mi problema, tanto intentarlo creo que ya hablo una especie de híbrido. ¿Híbrido? Bueno, no sé si he usado bien esa palabra, pero algo así… Da igual, esto no lo voy a leer más que yo. Y creo que no lo voy a leer nunca porque me da pereza volver a mirar lo que escribí, volver a leer mis paranoias y mis miedos.